miércoles, abril 06, 2016

verano

Verano (antes)

Empezó enero, odio el verano.
Terminaron las clases, pasé a tercero y Papá Noel me trajo un bebé que parece de verdad. Mucho mejor que lo que me trajeron los Reyes la otra vez. Habíamos ido con la colonia a Necochea y mi hermano, que es mucho menor que yo, se coló y vino conmigo, no sé para qué. A la noche, antes de dejar los zapatitos, en la cena nos sirvieron "arroz con leche", una cosa horrible que se parece al vómito, pero nos dijeron que si no nos comíamos todo los reyes no pasaban así que me lo comí. No se para qué tanto esfuerzo, sólo me trajeron un vestidito para las muñecas! Lo peor es que a mi hermano le trajeron unos teléfonos que funcionan como los verdaderos! Nunca más voy a comer arroz con leche!
La semana que viene nos vamos con mi abuela Julia a Bell Ville, en Córdoba. Ella tiene cara de mala pero no es tan mala: le gustan los perros. Vive en una pieza en una pensión cerca de Congreso. Cuando la visitamos jugamos a que le vendo caramelos a mi hermano. Me encanta el sonido crujiente de los papeles al meterlos en una bolsa También vamos a la plaza a darle de comer a las palomas.
En Bell Ville nació mi mamá y allí vive Mamina, mi madrina. Cuando yo nací tenía 70 años; es viejísimas y camina con 2 bastones. Dice que conoció a Sarmiento! La casa es inmensa, tiene 3 patios. En el último, donde crecen los zapallos y las rosas hay un piletón donde me lavo el pelo. Cuando voy al baño, de noche, mi mano calcula a la perfección donde está la llave de la luz porque tengo miedo de tocar un insecto en la oscuridad. Córdoba está llena de bichos: langostas, cucarachas, “juanitas”, que son como unos cascarudos de patas altas que dejan un olor raro si las tocás.
La quiero mucho a Mamina, pero es muy aburrido: no hay televisión! Además hace tanto calor que a la hora de la siesta nos encerramos en el zaguán para no tener que dormir porque allí está más fresco. Para pasar el tiempo mi hermano caza unas enormes hormigas negras y las pone en un balde lleno de agua con algunos juguetes que flotan. Las que logran subirse, se salvan. Entonces él las pone en un frasco aparte para que no tengan que nadar dos veces. Yo sólo miro, no hago nada. A veces, vamos al río.
Nunca se lo conté a nadie pero a mí me gusta que empiecen las clases. Cuando voy al colegio la paso bien, están todas mis amigas. Pero a ellas les miento y les digo que las vacaciones estuvieron buenísimas, que me divertí mucho y que no veo la hora de que llegue el verano.




Verano (ahora)

Empezó enero, odio el verano.
Después de mi cumpleaños (soy de Cáncer, ascendente en Capricornio) el tiempo se acelera y los meses que hasta ese momento marchaban a ritmo constante toman velocidad y no paran hasta el día de Navidad: justo el 25 el tiempo se detiene.
Me gustan los ritos y ceremonias, proyectar y preparar, construir esos mojones que me confirman que el camino continúa. Antes también me gustaban las fiestas... Sigo proyectando y preparando pero cada año el proceso es un poco más vacío, un disfraz, una obra teatral que representamos cada 365 días y que cada vez tiene menos actores. Alguna vez debería tratar de cambiar de guión, o por lo menos de escenario: una navidad blanca en New York o París, por ejemplo.
No sé si los astros tendrán algo que ver (tampoco sé si creo en los astros) pero tengo la certeza de que este proceso es inevitable. El 25 de diciembre empieza enero, llega el calor, freno y toda mi existencia entra en una hibernación invertida. Aunque forzoso hay una pequeña luz de cordura en mi cabeza que me asegura que por suerte también es pasajero. Prendo el aire acondicionado sintiendo la perenne amenaza del corte de luz, ese oscuro monstruo agazapado; lleno mi cueva con proyectos bizarros: un libro de dibujos de gatos, pintar una pared, ordenar el placard y tirar lo que no sirve, un taller literario; y me acurruco tratando de imaginar marzo y sus promesas. Cuando los días empiecen a acortarse, poco a poco llegarán las nubes, las nieblas, las tormentas y yo comenzaré a revivir. Voy a salir con mi cámara de fotos buscando grises y sombras, susurros; a recuperar mis espacios conocidos, mis compañeros de caminos; la rutina protectora. En ese momento me voy a proponer, otra vez sin éxito, ordenar los placares, tirar lo que no sirve...




En esa rueda del tiempo que cada vez parece girar más rápido mi edad no me deprime, me sorprende. Sesenta años, ¿cómo puede ser si todavía soy a veces una nena rencorosa, una adolescente tímida, una madre insegura?
Hoy anuncian 34 grados, húmedo e inestable... Recién empieza enero... La 

 vida sigue girando.


Verano (después)

Empezó enero, ¿odio el verano?
Toda mi vida repetí esta frase absolutamente convencida de su exactitud, pero si hay algo que el tiempo me ha enseñado es que nada es absoluto. Las cosas en las que creía firmemente han ido ablandando sus contornos, de la misma forma en que los objetos han perdido precisión gracias a la presbicia; ya no son definitivas. Las certezas han dado paso a las dudas, a la aceptación de que si, a veces (sólo a veces), puedo equivocarme.
No creo haber desperdiciado ese doceavo de mi vida representado por todos los eneros, 2500 días de mi existencia. Probablemente esos calurosos y odiados veranos me sirvieron como una pausa; ese mal humor estacional me permitió afrontar los once meses restantes con relativo optimismo.
No voy a hablar del tiempo vivido y el por vivir: hay cálculos que es mejor no hacer. Tengo proyectos; quiero y soy querida. Cada día es un regalo que trato de aprovechar aunque sea "no haciendo nada", algo que aún no me es fácil de concebir.
Aunque parezca increíble todavía el lugar del alumno es uno de mis preferidos. Debo ser insoportable mezclándome con gente mucho más joven, pero que se las aguanten. Una de las ventajas de tener 80 años (alguna tenía que haber) es que ya se nos perdonan muchas cosas o... A lo mejor no, pero disimulan... O no me doy cuenta...
El año que viene, para las fiestas, voy a hacer algo diferente. El 23 de diciembre nos vamos a tomar un avión hacia New York y nos vamos a quedar hasta febrero. Un enero sin calor, con un frío de los demonios y muchas fotos blancas de nieve, con árboles sin hojas, olor a canela, luces de colores y villancicos en inglés. Por fin me voy a dar cuenta de si todo el asunto de mi hibernación invertida era una cuestión de astrología o, simplemente, un problema meteorológico.

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